Me desperté, y la luz entraba por la ventana, regando mi habitación. Miré a un lado, al otro, y no estaba. La tristeza me invadió, y me dieron ganas de llorar.
Sonó el teléfono, ¿o acaso era mi alma, quejandose? Vacilé, miré de nuevo el teléfono y desperté, y la vida me dió de nuevo una alegría. Era ella. Su voz, su timbre de voz, quejumbroso por no estar juntos, por no haber compartido el sueño. Y desperté.
Me duché, el agua tibia me despertó, y los músculos se reanimaron, y mis piernas pidieron caminar. Y la vida me devolvió la sonrisa. Me vestí tan rápido como buenamente pude. Y fuí a buscarla.
Y llegué, y desperté de mi pesadilla, porque por fín la volví a ver tras siglos de espera, tras unas horas de separacion que me hicieron huella. Y la ví, y la tomé de la mano, y juntos paseamos.
Las gotas de lluvia salpicaron mi pelo, y no me importó; el viento agitó mi espíritu, y no lo movió. La brisa del mar dibujó un suspiro frente a mí, y no entristecí.
Pasamos el día juntos, y las ideas de futuros proyectos derramaron mil recuerdos enlatados sobre mí, y me hicieron recordar que quiero que mi futuro sea ella. Y me sentí bien.
Almorzamos juntos, y nuevamente descubrí el sabor del mar, el sabor de la sal, y recordé haber probado ese sabor en su piel. Y me sentí bien.
Por la tarde paseamos por un mundo de divagaciones, por un mundo de sueños, y no recuerdo dónde ni cuándo estuve, pero la recuerdo a ella. Y por ello me siento bien.
Porque ayer sentí al fin que no estoy solo en el mundo, porque la tengo a ella. Y me ha costado mil noches en vela, un millón de lágrimas y una tristeza infinita. Pero me siento bien.
Porque sé que no estaré solo nunca más. Porque sé que la conocí un día cualquiera, y ese día se convirtió en mi fecha de nacimiento. Porque me enamoró una noche cualquiera, y esa noche volví a nacer. Porque me mostró el camino de los sueños, de la vida, y desde entonces no lo he abandonado. Y por ella me siento bien.
Y por ella me siento bien.
lunes, 21 de abril de 2008
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